Estoy solo. Solo ante mis preguntas, solo ante ti que duermes sola a mi lado, solo conmigo ante mí.
Te hablo desde esa soledad inevitable que se gesta la primera vez que te preguntas por qué. Te digo todo esto con mirarte, con un lenguaje en el que sabemos lo que nos decimos, pero en el que son prescindibles las palabras para decirlo.
Estoy solo, solo ante el papel, solo ante esta pregunta interminable que es toda poesía, solo frente a tu amor, que me deja queriéndote a solas mientras tú, con esa sonrisa de presagio, tan cerca de mí, me repites ¿por qué?
Me pides una historia, una de esas historias que se cuentan con los dedos en silencio, recorriendo un camino que no arrastre ecos.Me pides una historia sabiendo de antemano que mis ojos son lo más parecido que tengo a una autobiografía, que en ellos guardo mil batallas. Aunque no hablen.
Al final, estoy solo ante ese destino extraño de parecerme a mis relatos porque los cuento yo.
Contarte... contarte, por ejemplo, que estamos solos al nacer, y solos al morir, aunque estemos rodeados.
¿Conoces esa nostalgia de las cosas que aún están aquí? Así, con ese silencio políglota que no necesita palabras vamos, lentamente, creando un lenguaje nuevo, para ir consiguiendo entendernos con vocablos nuevos, nuevas palabras que no pesen, que carezcan de historia, que simplemente te lleven lo que te quiero decir.