No necesito
mirar las estrellas
porque las siento
en el cielo de tu boca.
sábado, septiembre 20
Expresar, transmitir, reflejar
Sueles decir que sé reflejar mis sentimientos en palabras, y yo no dejo de insistir en que las palabras son miniaturas, en que cuanto más se queda por expresar, cuanto más precisas alcanzan a ser las palabras, más se acentúa esa sensación ineluctable de todo lo que no abarcan. Más te quiero a más decirlo, y no por decirlo se va.
Digo adiós, y el aire que en mi boca se revuelve para decir esas palabra no se lleva las nostalgias y la incertidumbre de la despedida. Me alegro más de verte que mi cara, me duele más perderte que a mis ojos. Me siento vacío, es verdad, me siento pleno, también lo es...
En el limpio espejo puedes ver tu rostro, pero el reflejo no late. Es como decirte que no se trata de expresar, sino de transmitir.
Palabras. No más.
Digo adiós, y el aire que en mi boca se revuelve para decir esas palabra no se lleva las nostalgias y la incertidumbre de la despedida. Me alegro más de verte que mi cara, me duele más perderte que a mis ojos. Me siento vacío, es verdad, me siento pleno, también lo es...
En el limpio espejo puedes ver tu rostro, pero el reflejo no late. Es como decirte que no se trata de expresar, sino de transmitir.
Palabras. No más.
viernes, septiembre 19
jueves, septiembre 18
No por quieto el río
Suspendido en la nada
deambulo desprendido de mi cuerpo, escuchando en mis adentros el eco de una voz
que quizá sea mi alma.
Hace diez horas que he
muerto. Reconozco la cara que tuve en esa máscara de ojos cerrados despojada de
prosodia, en esa inerte presencia que prueba mi definitiva ausencia.
Ojos que evitaban
responder a mis ojos, pasos que esquivaban mis pasos, vienen con sus bocas que
apenas me decían hola a brindarme su
último adiós. Algunos se suman al sollozo como plañideras que lloran esperando
alguna muerte que dé por unas horas sentido a sus vidas.
He olvidado los
nombres: de las caras y de las cosas. En compensación por ir perdiendo
lentamente mi memoria, al tiempo que se va diluyendo mi pensamiento, me queda
una síntesis emocional de quién es cada cual, de qué me hizo sentir tal o cual
cosa concreta en un preciso instante. No hay lenguaje en vida, ni lo hay tampoco
ahora, para esta sensación -si así puedo llamarla pues carezco ya de sentidos –
de no recordar el nombre de una canción pero apreciar en un destello de
imágenes mudas, a qué lugar me recuerda, poder diferenciarla de otra cuyo
nombre también he olvidado.
Y los rostros… Los
rostros ya no importan, ahora puedo ver las almas. No importa el nombre al que
respondían, solo el que hayan respondido a la necesidad, secreta o declarada,
de compartir confidencias, de cubrir ciertas carencias, de alimentar ciertos
impulsos, de amor, de amistad, de aventura, de rabia, de cordura, de
experiencia vital, de poblar el álbum de fotos que esa parte de la memoria que
se nutre del corazón, cierra y encierra en un cajón que no se abrirá nunca más.
He olvidado incluso el
nombre de ella, que tanto me quiso. Hasta el día en que comenzó a dejar de
quererme.
Sus anhelos y mis
desmanes, sus vaivenes y mis caricias, su pelo enredado y mi mano ávida de
juego, sus ganas y mis ganas, de querer, de desquerer, de arrebatarnos los
suspiros, de olvidarnos a la vez del mundo y hacer de las sábanas océanos donde
naufragaban nuestros cuerpos rendidos, exhaustos de tocar el horizonte y poder
regresar, y volver a huir, como estrellas desorbitadas, felices otra vez, y otra vez con cierto
desencanto de que el tiempo volviese a importar, aunque fuera poco, lo
suficiente para asimilar que corría, que volaba, tan fugaz como si no hubiese
estado nunca.
Su reloj decía tic y en mí adentro sonaba un
tac. Dos relojes separados con un mecanismo en común, sincronizados, incluso,
para asimilar en el mismo instante que el amor es tan mentira al irse como
verdad al llegar. Un día nos miramos a
los ojos y comprendimos que nuestras miradas nos resultaban extrañas.
Hubo muchas cosas, después de ella y después
de mí, otras compensaciones de vacíos y consuelos de carencias, hubo otros
besos de otros cuerpos compartiendo nuestras respectivas sábanas, de nuestras
respectivas camas, de allá donde estuviésemos. Pero después de mí, después de
ella, no hubo nunca nada igual, no encontramos nunca otro reloj tan acompasado
a los latidos del otro, otra certeza tan precisa del qué y en qué momento necesitábamos
nuestra recíproca compañía o refugiarnos en la isla de nuestras propias
soledades. Por eso sé que va a extrañarme como nadie. Mientras estuve, o
mientras ella estuviese, tendríamos la prueba de que vivimos algo. Ahora que ya
no podrá verme, ahora que no la veré más, es como si en parte se diluyera lo
que vivimos, como si muriera conmigo, como si a pesar del recuerdo en donde
guardarme, necesitara que fuera posible verme para cerciorarse de que el pasado
es real.
No
por quieto el río deja el agua de correr. Escuché esa
frase por primera vez, y creo que por última, de boca de un hombre callado y
sabio. El mismo del que aprendí que a veces aquellos que más saben no son necesariamente
los que más dicen, que los más sensatos cuentan por verdades las veces en que
hablan, que en ocasiones se limitan a escuchar, y que los ignorantes son tantas
veces los que más alzan la voz, quizás por cierto pavor inconsciente al
silencio que produce el vacío de ideas propias que les puebla.
Nunca me dijo una frase
tan larga, aprendí esta y tantas cosas, viéndolo actuar. Nunca dijo si ocurre estaré. Cuando ocurría ya
estaba.
Es aquel de allí reclinado sobre la baranda
del mirador, con cara de no estar en ninguna parte, sin aparente congoja. Sé
que por dentro lleva una procesión cuyos tambores ahora solo escucha él. Acarrea
una pena que no asoma, pero que pesa. Abajo, las farolas se apagan como
parpados que la ciudad va cerrando para pestañear y reabrir sus ojos a la luz
del alba.
Guarda su duelo sin
alzar la voz, sin resaltar lo que vivió conmigo, en contraste con todos
aquellos que nunca estuvieron, y que para compensar su constante ausencia en
los momentos precisos, hablan sin escucharse de cuánto me querían, como si el
pasado que compartimos fuera suficiente para sentirlos presentes.
A estas alturas de mi
muerte, he terminado de comprender que la gran mayoría de la gente, al mentir,
no sabe que miente, que al hablar lo hace convencida de que lo que dice es, que
no adapta su mirada al mundo, sino el mundo a su parecer, y que cuando este
contradice su conclusión, no es capaz de apreciar errores en las teorías que se
amoldan a su propio ombligo, sino excepciones a sus reglas infalibles.
En su memoria
ornamentada guardan recuerdo de haber estado conmigo en todos esos años en que
a muchos ni los vi. El recuerdo se reinventa para justificarles.
Seguirán diciendo
cuanto me querían, en qué medida van a extrañarme, cuando en vida se les hizo
tan normal no tenerme cerca, no saber de mí, no molestarse en comprobar, si
después de tanto tiempo había cambiado o seguía coincidiendo con la pegatina
que hicieron de mi, con la etiqueta que le endosan a todo, para así no tener
que ejercer el titánico esfuerzo de contradecirse cada vez que se encuentran de
nuevo con algo o con alguien.
Se inclinan sobre mi
cuerpo, sobre la inerte prueba de que un día estuve, de que fui alguien o
cualquiera, disparan frases diversas cuyo resumen podría ser una sola: vivimos tanto juntos…
Es como si pugnaran por
demostrar que a cada uno le unía mucho más a mí que al de al lado, y aquellos
realmente más unidos a mí enmudecen, porque no por hablar demuestras más, ni
por callar reflejas menos.
No
por quieto el río, deja el agua de correr.
Ese que llega es mi
hijo, mi único hijo. Elegante hasta en el dolor, afable hasta en la fatiga. Se
para ante todo el que se encuentra, evoca la misma respuesta exacta ante frases
que, por los gestos, deben ser similares. Ahora entra su mujer, deshecha por
fuera e inmensamente triste, lo sé, por dentro. Congeniamos bien. Siempre que
venían a verme me lanzaba a contar anécdotas sobre él, y ella, aliada conmigo,
se reía.
Le cogí afecto, llegó a ser la hija que no
tuve.
Mi hijo y yo nos entendíamos sin hablar, lo
cual resultó no pocas veces un problema, pues por no hablar, dábamos por hecho
que nos entendíamos, y en eso nos dejamos de decir tantas cosas.
No obstante, hay
certezas que superan el lenguaje, y sé que a día de hoy ella no le hace feliz.
Adivino en él lo mismo que sentimos su madre y yo, pero ni ella es como mi mujer,
ni él, por mucho que nos parezcamos, es yo.
Frente al espejo,
durante tantas mañanas de mi ya extinta vida, pude diferenciar en mi rostro las
expresiones de un día feliz de los estragos de alguno que no lo fue tanto, o de
la apatía que reflejaba aquellos días que no lo fueron en absoluto. Y
últimamente he percibido en él esa expresión, que se vuelve diaria, como una
sombra, entre hastío y sorpresa que uno muestra a medida que va alzando,
lentamente, el velo del conformismo de la cara de la felicidad.
Lágrimas de pena
sincera se mezclan con llantos que aprovechan para emanar agolpando en esta
mañana fría, como es cualquier mañana para el que muere.
Se va diluyendo
lentamente esta voz como se mueve aquello que ha perdido el lastre de la prisa.
No se me hace extraño morir. No es que estuviera preparado, pero sabía que
ocurriría. Ahora ya sé el cómo.
Sobre mi cadáver se
agolpan almas, porque los cuerpos son de otro mundo distinto al que ahora
estoy. Solo puedo ver los ojos de aquellos que hacen que se revuelva algo en mi
conciencia, una amistad sincera, algún rencor o palabra pendiente, algo en
definitiva. Los demás son como almas difusas, hologramas sobre un fondo etéreo,
sombras cuyo paso intuyo por una ligera brisa al pasar. Entre esas almas, hay
nostalgias sinceras, recuerdos hermosos, olvidos irreversibles. Algunos lloran,
otros apenas, algunos en absoluto.
Por lo demás, lo único
extraño es ese rostro acongojado, de ojos verdes y limpios. Ese tipo de ojos
que uno mira una vez y no olvida nunca. Pero no reconozco en él
ningún recuerdo en común. Intento escudriñar cada rincón de mi memoria. Desde
el principio, desde la escuela.
No consigo hallar un
vínculo, he olvidado los nombres. ¿Por qué debe recordarme ese rostro a alguien?
No sé si el tiempo pasa,
porque ya no hay noción, pero cuando llego, tras repasar mi vida desde la
infancia, a mi último día, me doy cuenta de que muchos ya se han ido, que
quedan unos pocos. Entre ellos el alma que lleva esa cara, esos ojos que por
algún motivo no puedo olvidar, y que presiento que serán lo último que olvide
antes de callarse del todo esta voz.
Hay un momento de mi
vida en el que no he pensado, y es precisamente el último. Ahora puedo
reconocer en esos ojos, en esa expresión entre indiferente y asustadiza, el rostro
del hombre que me mató.
miércoles, septiembre 17
Pequeño mundo
A veces nos sentimos mundo, un mundo que se dilata hasta sentir que no cabe en el cuerpo, cierta premura por libar el sabor de vivir, otras veces nos sentimos ínfimos, como un suspiro leve en medio de una tormenta, como una hormiga en la hojarasca.
A veces las palabras secuestran nuestra lengua y se vuelven infinitas, otras el diccionario se diluye en la bruma, y las palabras no existen.
A veces somos respuestas a las que luego hacemos preguntas, y otras, ciertas dudas de las que no sabemos dudar.
A veces somos miedo: cuando pequeños a sombras, historias, y sonidos; cuando mayores, en unas ocasiones al silencio, y en otras también al futuro, porque al contrario que nosotros se vuelve pequeño.
Mengua
Menguan los pasillos
interminables de la infancia,
el tapiz de la magia
es ahora,
el escenario de la prisa
Solo crecen el mar
y el suspense de la luna,
solo el amor y las arrugas,
el inventario de las ausencias,
solo crece el cuerpo.
Decrece el infinito,
invadido de relojes,
los abrazos ilusorios
son ahora,
leves suspiros en la espalda.
Solo crecen las manos
y la geografía del vacío,
solo el polvo sigiloso,
la gris corteza de lo inmóvil,
solo crece el pasado.
interminables de la infancia,
el tapiz de la magia
es ahora,
el escenario de la prisa
Solo crecen el mar
y el suspense de la luna,
solo el amor y las arrugas,
el inventario de las ausencias,
solo crece el cuerpo.
Decrece el infinito,
invadido de relojes,
los abrazos ilusorios
son ahora,
leves suspiros en la espalda.
Solo crecen las manos
y la geografía del vacío,
solo el polvo sigiloso,
la gris corteza de lo inmóvil,
solo crece el pasado.
Los recuerdos
Se esconden, se aletargan,
hasta que una señal de fuera
los hace bailar adentro.
Un olor, cierta música,
un pasaje entre renglones,
una tarde junto al mar.
Se tiñen, se disfrazan,
se adornan y se agrietan,
cada vez un poco más.
Así se diluyen, así renacen,
así zozobran y así vuelan...
Wilder
Llega otra vez el día que para ti señaló el calendario. No paras de repetirte "es un día más" "es un día más",y sin embargo hay algo de nostalgia retrospectiva, una suerte de reencuentro con recuerdos que tal vez dejaste sentados en algún banco de la senda, una fecha como hoy, y a por los que vuelves cada trece de septiembre. A estas alturas sabes que caminando hacia delante cumples años y que al mirar atrás lo que te dicta la memoria es que has cumplido épocas, ciclos, etapas, transiciones, caídas y renacimientos. No me acuerdo del momento de nacer, pero parece evidente que sucedió, del mismo modo que muchas cosas que ocurrieron parecieron borrarse como si no hubiesen existido jamás.
No está mal aprovechar esta fecha marcada para dar descanso a mis rebeliones, para dar tregua al inconformismo, para reencontrar rostros dispersos, para abrazar el vivir aunque sea un verbo de tiempos imperfectos, de pretéritos anclados y futuros incógnitos.
Se cuentan los años no por el número de piedras con que tropezaste sino por todo lo que al tropezar aprendiste.
Hoy, porque me quiero a pesar de todas esas veces en que discrepo conmigo, porque una fecha como hoy nací llorando de ganas, me regalaré una frase que no es mía:
"Eres tan bueno como lo mejor que hayas hecho en tu vida".
Billy Wilder
Versos y verbos
Versos escapados
y versos recelosos
que vuelan sin control
o que se adhieren a mí.
Versos para amarte
y versos para desarmar el desamor
según quieras quedarte
o yo desee que no te vayas.
Versos para expresarme
y desnudarme.
Y verbos para sentirme
vacío de palabras.
El tiempo
Aunque parezca lento, tan lento que en ocasiones parece no existir, aunque vuele de modo que cuando ves su huella ya es ayer, el tiempo siempre es más rápido que tú.
No fue infinito
sentirnos eternos.
Se tragó el tiempo
los instantes
en que parecía
el tiempo no existir.
Se tragó el tiempo
las ganas,
las furias, los
miedos,
las señales, las
huellas.
Borró de tu cara el
sendero
que mis ojos seguían
para encontrarte el
alma.
Borró de mi amor los
compases
con que al decir tu
nombre
mi adentro bailaba.
La magia siempre es ahora
La magia siempre es ahora. Mañana será sólo un recuerdo. Cuánto más pienses en ella más dudarás sobre si debiste dejarla salir. Nunca sabes si aquello de lo que te liberas te dejará el futuro dilema de si debiste retenerlo, por eso hay que decirlo ahora, por eso hay que estallar ahora, exiliar de tu adentro los te quiero que no has dicho, embriagar del agridulce elixir de la ironía cualquier atisbo de rabia, de precipitación, de ardor que te pida gritar para saber reírte.
La espuma
Hay palabras solo audibles cuando el viento sopla a favor, ausentes en la zozobra, dormidas en la duda.
Hay abrazos que se pliegan cuando te desnudas, cuando lo que piensas no es tan dulce, cuando el momento no es el mejor, cuando la espuma vuelve caducas las eternas promesas.
martes, septiembre 16
No es lo mismo sueño -que siempre lleva algo de alas- que
suelo, que siempre lleva algo de plomo.
No es lo mismo irreal que ideal, ni sentir que mentir.
Puede ser la duda una duna que oculta la luna.
El alma puede ser un arma.
Tu pie es el lugar donde comienza tu piel, me hundo en tu
mundo, te abrazo y me abraso.
Hacia ti ando.
Por ti ardo.
lunes, septiembre 15
La teoría
Por eso la teoría es precisa, porque carece de intriga, porque hasta lo inaudito puede ser probable de una manera ideal, pero carece también de sorpresa, de balanzas que oscilan entre todo o nada. Saber que el mar no está hoy para zarpar, no sirve de mucho cuando ya estás bajo las olas. El cielo no es el mismo si caes, que si lo miras, ni la piedra la misma si la lanzas, que si te hace tropezar.
La teoría carece de tiempo, las agujas carecen de espera, la espera se cansa y se echa a andar porque se aburre del silencio que produce.
La teoría es como el cotidiano periódico que te cuenta de alguna manera que ocurre aquí o allá, desde un lugar externo a ambos, desde un lenguaje de emociones de papel.
Las palabras son un Sísifo cuya cima es lo inefable, el reflejo de mirar atrás cuando estás a punto de llegar, que le hace caer cuando está punto de traducir los vocablos en latidos, a punto de poder averiguar la palabra precisa que describa el miedo y se extinga de tal modo que no quede nada adentro, que privara al amor de poder ser imposible, y dejara al amor posible sin opciones para el tópico ni la rutina, que convenciera al deseo para rendirse o despegar.
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