domingo, julio 12

Una noche


23:38. Avenida de la Trinidad. Huele a hoguera, pero juro que no soy yo.

Llevo papel encima y voy a escribir lo que salga, que no será otra cosa que lo que ocurra, restando todo aquello que no percibimos suceder en lo que sucede.

Directo a casa, aunque no sería la primera noche que llego a un sitio dirigiéndome a otro.

Hoy no será.

¿Quién sabe?

No, hoy no será.

Me siento dándole la espalda al lugar hacia el que voy, dejando frente a mí el lugar que dejo atrás.

Sin duda un tipo raro. Papeles doblados en cuatro en el bolsillo de atrás. Los desenvuelve y se pone a escribir.

Lo normal sería encender el teléfono y compartir un ruido enlatado mal llamado música con todo el pasaje.

Tiene que aparecer, tiene que aparecer, no puede dejar sin su presencia este guión.

Arrancamos. De momento mis oídos descansan.

Se sube una amiga. Si no hubiese subido a lo mejor yo no habría estado escribiendo. Y a mí, que no soy muy creyente de la casualidad este tipo de dilemas me joden un poco.

Se sienta. Hablamos. Y no es que “pongamos”, sino que en efecto hablamos de Madrid.

Lo bueno de la literatura es que puedo adornar con cierta belleza los barrios sin gracia que voy dejando atrás. Pero no los adorno. La noche no me deja.

Desde que se subió mi amiga, este texto dejó de estar escrito en presente inmediato.

Lo retomo al bajarse ella. Es de mala educación escribir mientras te hablan.

Vuelvo a mi papel de tipo raro.

No se ha subido ningún entusiasta del perreo, ningún adorador del maullido sintetizado. Cada vez que uno aparece, aunque sea por primera vez, tengo la impresión de estar viéndolo por enésima ocasión. No distinguiría a uno de otro. Afirmaría, incluso, que es el mismo de ayer. O el molde lo hicieron las mismas manos.

Sospecho que mantienen una sociedad secreta y se turnan. Con menos miembros empezaron algunas religiones.

Y yo es que odio pensar en moldes, en etiquetas. Pero ya ven, a esta hora mi cabeza está más con Morfeo que con las Musas y tiro por lo fácil.

Peinado entre Elvis, Sid Vicious y Daniel Day – Lewis en El último mohicano.

Cara de dos cosas: de estar perdido y de convicción de estar en el camino correcto. Contradicciones humanas. Que utópica se me antoja a veces la empatía.

No siempre encuentras en el mapa al otro para ponerte en su lugar.

El que está fuera de tiempo soy yo. Claro, yo es que crecí con Pearl Jam, The Smashing Pumpkins, Queen, Silvio, Beethoven.

La música. Estados de ánimo, dicen. Pero en mi repertorio anímico no hay lugar para ese ruido.

Si alguien venía en tu dirección por la misma acera, uno se hacía a un lado y el otro al opuesto. Respetaba del otro su espacio y su silencio .

A lo mejor leer (esa actividad tan rara) me enseñó algo. Por lo menos lo justo. No lo sé. También hay gente muy leída poseedora de una extensa coprolalia. Hay de todo sí, pero a veces da la impresión de que hay mucho de lo mismo. Será que esto es pequeño. Será que yo también.

A pesar de mis intenciones, al final me ha salido un texto de lo que no sucedía, dedicado al que sin duda hubiera sido el personaje estrella(do) de un guión previsto.

Y ahora, rompiendo otra vez el hilo del presente, voy a escribir sobre el futuro, pero un futuro tan inmediato, tan estrechamente cercano, que no cabe siquiera un sueño.

Voy llegando a mi parada, y aún no he adquirido la paciencia para escribir caminando.

Al terminar el puente sigue una calle. A mitad de esa calle vivo yo.

Voy de camino a casa. Pues esta noche no será.

Quizás por un capricho de la memoria de volverse cíclica uno acaba por olvidar los matices de la calle que más repite.

Si me preguntasen mañana poco podría decir acerca de qué hay en cada esquina. No sé si venden flores, almas o promesas. Tal vez huele a pan, pero yo he olvidado apreciarlo al pasar.

No corregiré nada. Lo pasaré a estas pantallas por las que hoy leemos (yo el primero) y ahí se queda. Como todos esos rostros que han pasado, se han sentado y han vuelto a marcharse como si no hubieran estado nunca, de ahora en adelante jamás conscientes siquiera de que nos hemos olvidado.

Buenas noches. Cuando leas esto será ya mañana.

Ya habrá más hogueras.

En fin.
Los miedos no se eligen, pero se erigen





Nuestro cuerpo es la porción de espacio que ocupamos en el tiempo.

 Los recuerdos son espejos  de las cosas  como eran