jueves, julio 13

 De un tiempo a esta parte no me reconozco transitando por aquí.

Me quedo absorto, más de la cuenta, mirando hipnotizado las pantallas.

Pero lo hago como un acto reflejo, como un ritual cotidiano.

Así es el hábito: cuando lo reconoces ya es hábito.

A veces me inquieta pensar que esto está estudiado, que personas a las que nunca conoceré y para las que no soy más que una suerte de identidad binaria, buscaban conseguir precisamente este tipo de reacción: pasmo, morbo, compulsión, sedación, holograma del ego.

El problema no soy yo, ni eres tú, ni son los demás: el problema somos todos a la vez.

El minuto de gloria.

La fantasía no consciente de que el mundo entero se para a contemplar los fragmentos de la película de nuestra vida.

Lo cierto es que quien nos ve, se olvida al segundo de nuestra historia, tan pronto como aparece la siguiente.

Y al final esto resulta una analogía visual de ese murmullo ininteligible que resulta de muchas conversaciones cruzadas en una multitud. Se reconoce la voz humana o su compendio, pero no se procesa ni una sola palabra.

Pues eso es lo que sucede: es tanta información a la vez que llega un punto en que no retengo ni un detalle.

Porque miro sin ver. Porque oigo sin escuchar.

Porque cuando algo es tan insistente llega un punto en que deja cerradas las ventanas a la sorpresa.

La muerte de Tina Turner, ahora cantante favorita de todo el mundo, unos pies en la playa, la comida de ayer, tu perro, tu gato, maestros de todo saliendo de la nada, mi perro, mi gato, mi niño, tu abuela, tu novio, tu novia, vintage, baby step, vida slow, selfie, coaching, “profesiones” acabadas en –er, anglicismos por doquier, procrastinación, yoga, autoayuda, mi perro y tu perro juntos, el mar, el cielo, la noche, la fiesta, gente bailando, esta historia, un paisaje, el rumor dibujando a calco la verdad, las caras poniendo caras (literal y figurado), insistencia en lo que tienes que por reiteración deja al descubierto precisamente lo contrario, el atardecer que no contemplamos del todo porque estamos ocupados en correr a decir que estamos frente al atardecer.

Entretanto algo de cultura, algo que rescatar, algún talento oculto que antes de la inmediatez no tenía los medios para mostrarse, para cruzar las fronteras, pero para lo rescatable hay que pagar el precio de todo lo anterior.

El problema no es la calidad, que por supuesto es subjetiva, sino la cantidad, que de hecho es apabullante.

Profetas de lo banal con el ego reforzado por el halago fácil, gente sin oído haciendo música, gente sin lectura como maestra de la cultura.

Conclusión sencilla: si no hubiera quien consume humo, no habría quien vende humo.

Y en esto nos hemos convertido en una tribu en la que es más normal no prestarle atención a quien tienes al lado que no tener un perfil, un alter ego, un personaje que maquilla a la persona con las ficciones de como quiere ser vista, disparando frases y teorías como método, moralejas simplonas extraídas de manuales de autoayuda barata 

Ni está bien siempre lo que todos hacen, ni está bien siempre hacer precisamente lo contrario solo por subversión, sin convicción.

Pero a veces me planteo si hay alguna razón más para tener esto que la de que todo el mundo lo tiene, como si fuera una obligación, un anhelo de no salirse de la norma, de seguir la corriente. 

Hay dos maneras de dejarse llevar: una es queriendo, la otra es asumiendo que a veces tienes que hacerlo.

No me planteo crítica que no empiece por la autocrítica.

En mi caso me abruma la cantidad de tiempo perdido, la de cosas que miro sin querer mirarlas, sedado, absorto, sin pestañear, sin procesar.

Es una manera de llegar a cosas increíbles, a gente que hace cosas sorprendentes, pero para acceder a esto hay que pasar por todo lo demás.

La constante sensación de que si no lo compartimos todo, nada nos llena.


La de que quiero que sepas que estoy frente al paisaje mucho antes de pensar, primero, en disfrutarlo, en soltarlo, en desconectar como concepto real y no como un enunciado a pie de foto.

 Los recuerdos son espejos  de las cosas  como eran