lunes, junio 6

Lo más probable es que no volvamos a vernos jamás. Y si lo hacemos volveremos a vernos por primera vez. Sé que no voy a acercarme a ti porque sé que no va a sonar música de fondo. En dos o tres paradas este viaje llegará a su fin. No recordarás en dos minutos que había  en el vagón alguien escribiendo en una libreta. Nuestros ojos se cruzaron un tiempo tan breve que tardaron aun menos en olvidarse. Poco después de ahora, cuando lea estas palabras que entonces no recordaré haber escrito....
Y ahora vengo a descubrir que a veces los oídos son más precisos que los ojos para ver al otro, que una mano en el hombro, a tiempo, adormece el vaivén desordenado de palabras no dichas que componen el puzzle de los silencios, que tropezar puede ser la forma que siempre buscaste para aprender a andar sin tropiezos, que caer de cara sobre el fango puede darte una mirada nueva con que ver el cielo abierto después de haber llovido tanto adentro.
Alguna que otra mañana parece que tus ánimos se quedan durmiendo mientras tú ya has comenzando a andar, conociendo hacia dónde, ignorando por qué.
Alguna mañana, no sabes si por prisa, sales al mundo aún con la noche en tu interior, con demasiada pereza como para correr y mucho sueño como para vivir, con demasiada extrañeza como para preguntarte y demasiado silencio como para buscar respuestas, con esa sensación de ser un bocado para el mundo. Vas a gritar y tu garganta se ha vuelto muda, quieres huir y tus cadenas son lo que quedó de tus alas.
Pero cuando deja de obsesionarte el horizonte es cuando te das cuenta que en realidad ya has llegado y lo único que ha ocurrido es que has dejado dormir tu paciencia.

 Los recuerdos son espejos  de las cosas  como eran