sábado, octubre 22



Resulta una contradicción que con todo lo que hay dentro, los dedos se queden mudos ante el papel.
A veces las palabras juegan al escondite y cuesta un mundo encontrarlas, darle un sentido o un diccionario a lo que sucede bajo la piel.
Y es extraño que donde ahora contemplas un desierto se expandiera ayer un jardín.
Cuando parece que no cuesta nada la contradicción es otra, pues consigues expresarte pero todas las palabras del mundo son pocas, porque hay algo más inmenso que parece no caber en tu piel.
Ni las palabras de amor son bálsamo para el amor.
Ni las memorias de la tristeza alivian la tristeza.
Ni la alegría en verso es tan grande como la propia alegría.
Siempre se deja algo dentro, como si a medida que añadieras rincones al mapa de tu alma, crecieran los rincones para los que no hay brújula ni guía.
Como si necesitara salir de la jaula del cuerpo , todo lo que grita adentro.
Todo lo que llora.
Todo lo que ríe.
Todo lo que rabia.
Todo lo que baila.
Como si las palabras fueran apenas rasguños, cosquillas, suspiros en la piel de lo inefable.
No sé si entre sequía y sequía hay que preparar los resquicios baldíos para cuando vuelva a llover.
Ignoro cuántos naufragios me esperan mientras me debato entre conjugar escribir como un hábito de buscar las palabras o como una necesidad de encontrarlas.
No sé si los espejos son espejos cuando nadie se mira.
Pero supongo que las estrellas no se apreciarían así si no hubiese espacios vacíos entre ellas.



En los buenos momentos, que enorme sería poder pararse a observar la combinación de todo lo que se conjuga al mismo tiempo.

El tiempo que hace, la música que suena, la ráfaga fugaz de aire dulce que te recorre el ánimo, la persona que te acompaña, el sentido que, cuando deja de esconderse, parecen tener las cosas.
Como un matemático meticuloso, combinar la medida exacta de cada cosa que se da al mismo tiempo y que hace que el resultado sea uno de esos instantes que te llevas grabado en la memoria.
Claro que en los buenos momentos no estamos pendientes (o qué carajo importa) de si el cielo está abierto o pisamos los charcos, si la música es ruido o un milagro.
Lo más probable es que tampoco nos pararíamos a escudriñar cada matiz aislado que hace un conjunto casi perfecto, porque hay puzzles que solo completa el azar, y porque pudiendo hacerlo, entonces estaríamos poniendo en fuga nuestra atención en vivirlos.
Qué bueno sería, en los instantes que no dudarías en repetir, medir la fuerza que entonces parece inquebrantable, la abertura exacta de la boca necesaria para sentirte capaz de comerte el mundo, y convertir en un propósito suficiente para después lo bellos que nos vemos en los ratos que somos felices.
Cuando el tiempo parece un invento de los libros y los relojes, solo con que parezca no importar.
Cuando acaricias la sensación de que es bueno estar aquí aunque no entiendas nada, y tienes la certeza de que si hubieses escrito el guión de tu historia, sin duda esos renglones serían iguales.
Tal vez escribir sea un espejo de las cosas como son que no refleja necesariamente como son las cosas.
7



En los trazos de tu historia hay resquicios rasgados por el olvido.
También eres las cosas que no recuerdas, las líneas que delatan las grietas que separan las piezas de un puzzle.
No puedes explicar del todo ser tú, porque también hay cosas que te hacen serlo entre aquello que ya no sabes.
Te vales de fotos, algún poema y letras de canciones, te orientas usando como puntos cardinales los rostros que te despiertan recuerdos en común.
Las huellas de un tiempo que ya no está, son también señales de que el tiempo pasa y vuelve sin irse.
Se queda y pasas tú.
La memoria es el dibujo sobre el papel que al llegar traías en blanco.
El retrato a trazos intermitentes de lo que te ocurre y de lo que haces.
De lo invisible y lo palpable que te hace ser tú.
A veces me siento, con la mente en blanco a escribir.
Las palabras están como dormidas, calladas, taciturnas, tímidas.
Los pensamientos en vaivén son más rápidos que ellas.
A veces me siento, bolígrafo en mano, papel en los ojos, a esperar que vengan, aunque sea un poco contradictorio esperar algo que no se ha ido, que está ahí pero que no se asoma.
Entonces, como hice otras veces, y como estrategia de la que no debo abusar, comienzo a escribir, por qué no, sobre estos instantes en que te sientas a escribir y las palabras están como ausentes, perplejas, perdidas, como queriendo que el escribir se te ocurra escribiendo, igual que el amor crece amando o que los sueñan se alimentan durmiendo y se persiguen despierto.
Cuando no vienen las palabras quizá, pienso, deba salir a su encuentro escribiendo, por ejemplo, sobre esos días en que las palabras no vienen.
Sabiendo que es posible asimilar que, de cuando en cuando, simplemente, no las hay.

 Los recuerdos son espejos  de las cosas  como eran