Hay días en que escribir es un verbo desierto, en que no encuentras palabra alguna porque pareces haberlas perdido todas, y entonces intentas escribir sobre esos días en que escribir es un verbo desierto, como si desperezando algún vocablo comenzará el despertar de una cadena de versos, como buscando fuera de ti algo tan propio, como si, a tientas, en una bruma con mil interruptores, tocaras justo los espacios de piedra que los separan.
Hay días en que escribir es como contemplar palabras incompatibles bailando en pareja una danza sin música, como desde un cristal, sin poder bailar con ellas, sin ser capaz de darles un ritmo con que ordenar su desorden.
Hay días que las palabras vienen solas, hay días que las buscas en tus propios confines, hay días en que no están, porque se han ido, y otros en que parece como si nunca hubieran estado, días en que te estremecen y otros en que todo lo que te dicen es nada, días en que tropiezan y días en que estallan, días en que reflejan un mundo y días en que resultan en algo así como querer explicar, con una ínfima porción de polvo de una minúscula estrella, todo un universo.
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