Anoche arreglamos el mundo.
Será que como olvidamos haberlo arreglado ahora vemos el mundo igual.
O es que el cambio se acabó al dormirnos y durante el sueño, todo volvió a como era.
Solucionamos toda guerra, solventamos toda deuda, despejamos toda duda, abrimos las gavetas de todos los silencios, confesamos pecados y glorias, espinas que quedaron de las rosas ya extinguidas.
Y es que no por mucho trasnochar amanece más tarde, ni es forzosamente pronto la primera luz del alba.
Anoche fueron dulces todas las certezas.
Prometimos lo improbable porque lo imposible no debe prometerse, resolvimos todas las incógnitas de toda ecuación no resuelta.
Anoche fuimos invencibles, soñadores de un mañana sin fin, elocuentes oradores de una filosofía infalible.
Moralejas felices de fábulas de bar.
Anoche fuimos música y baile, poetas y profetas, sed y saciedad.
Anoche cambiamos el mundo.
Y ahora que suena el teléfono y todo parece la vivencia de una vida remota, que las lagunas diluyen en el olvido eslabones entre recuerdos sueltos, ahora es aún pronto para saber hasta qué punto seremos nosotros a los que ha cambiado, o no, este mundo que, al menos a simple vista, parece seguir igual.
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