Sísifo se pregunta cada mañana qué es la rutina, si la
piedra o la montaña, si por algún resquicio del falso Olimpo de asfalto, se
puede intuir a Orfeo tanteando, con su lira la melodía, cansada de que Eurídice
haya preferido aletargarse junto al Leteo para olvidarse de recordar. Los
dioses murieron el mismo día que todos los mortales comenzaron a creerse
divinos, cuando en los gimnasios comenzaron a nacer por doquier innumerables
Aquiles cuyo talón era toda su cabeza, mientras las Górgonas consiguen en
cualquier esquina un disfraz con apariencia de Afrodita.
Narciso omnipresente ha raptado el reflejo de las
aguas mientras Eco ha perdido la voz con la que Hermes desistió de la costumbre
de callar los secretos.
Penélope acelera sus zurcidos para no tener razones por las
que seguir esperando a Odiseo, y Calipso ya no convence de quedarse en sus
brazos.
Teseo se ha comido sus huellas para no salir jamás del
dédalo sobre el que Ícaro pliega sus alas para empezar a caminar.
Son reino de Eris y Némesis las palabras redundantes de los
diarios, donde a veces a Harmonía se le derrama un poco de ambrosía con sabor a
café matinal. Sólo Cronos parece tener problemas para girar la cabeza, para
mirar atrás. Sólo Cronos no se detiene, no duda, sólo Cronos es inmune a la voz
de Perséfone, inmune al tropiezo, sólo Cronos no deja nunca de seguir adelante.
El resto sigue pensando que los triunfos se logran por proceder del etéreo
pedestal del Olimpo, y siguen excusando sus tropiezos con la mentira de que es rugosa
la piel de Gea.
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