Nuestra propia memoria juega al escondite con
nosotros. Dentro de un hueco hay otro hueco, y dentro de este mil cajones
repletos de olores, canciones y fotografías. Y hoy sales tú, sin tu nombre que
se ha ido, con tu mirada azul y una rebeca gris que quizás nunca fue gris.
Resulta extraño comprobar cómo en la memoria dibujamos los rostros empezando
siempre por las miradas.
Nunca nos veremos otra vez, o quizás en otra
estación cualquiera no nos reconozcamos, tal vez entonces pasemos de largo, sin
tentarnos a parar.
Puede que no, que en un instante nos miremos a los
ojos y nos agite esa sensación de que esos ojos se han mirado antes, pero no
más.
Principio de verano, recién nacido siglo, algún
lugar de Escocia. Desconozco en que cajón de mi memoria residen tus ojos,
ignoro que estímulo les ha dado vida, por qué hoy, que no hay nada evocador,
regresas a mi recuerdo, para irte otra vez a dormir durante un tiempo
indefinido, como te fuiste todo estos años, como dos seres que se encuentran
cuando se buscaban a sí mismos y siguen de largo, cada uno en su tren, cada uno
hacia su próxima estación.
O tal vez quedarnos un día más.
Porque tus ojos me seducen, porque mis ojos te tientan.
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