jueves, octubre 6



Cuando algo es, en efecto, ese algo, decimos que no puede ser lo contrario.

Redundancia obvia.

Hasta ahí todo bien.

La verdad, sin embargo, presenta una doble ilusión. O digamos que dos (o más) vertientes igual de ciertas: puede estar presente aunque seas incapaz de verla y puede no ser cierta aunque no veas otra cosa.

Todo depende de tus ojos o de los míos, de tus adentros o de los míos, de lo que tú necesitas ver y lo que yo quiera obviar o viceversa, de tus nubes transitorias o mis euforias intransigentes.
Si me quieres junto al mar querré bañarme.
Si me dejas junto al mar, mirarlo me pondrá triste.
El mar es el mismo, la verdad la llevas tú.
O yo.
O ninguno.
O ambos.
La misma tormenta no es la misma para un paisajista que para un supersticioso, el mismo sol que tan bien sienta a tus ojos deja mi piel hinchada.
Incluso el tiempo, cuyo ritmo no cambia, parece dilatarse o diluirse según tus prisas o mi espera, según el ansia por que algo se vaya o el sin vivir esperando algo que llegue.
La verdad puede ser alguien pero con esas pegatinas sin las que ya no sabemos mirarlo, o con esa admiración ciega que nos vuelve sordos.
La verdad puede ser alguien a pesar de lo que digan.
La verdad puede ser otro a pesar de lo que dicen las palabras con las que vende lo que no es.
Un hombre recoge sus frutos en el mismo camino en que otro al tropezar comprueba lo dura que es la tierra, abriéndose las manos, la cabeza y el alma.
Ambos dicen la verdad.
La verdad es que el camino alberga sorpresas.
La verdad es que el camino deja heridas.
La verdad es que a la larga es el camino el que deja huellas sobre uno.
Y es quizá la forma y trazo de esas huellas lo que cada uno, sin saberlo del todo elige, para dibujar la verdad.

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 Los recuerdos son espejos  de las cosas  como eran