Ayer escribí una carta.
Una de las de antes.
A mano.
Dejando sobre el papel las siluetas de mi caligrafía trémula.
Ayer escribí una carta.
Le puse dirección de todas partes y ninguna.
Omití el remite, porque la carta dejaría de ser mía aunque la escribiese yo, en el momento en que la dejara libre para surcar los cielos, para cruzar los mares.
No fue una carta de amor ni de despedida, ni de contar nada nuevo a viejos conocidos.
Era una carta un poco sobre nada pero en el fondo un resumen de todo.
Sobre el simple hecho de estar y también la sensación a veces de no sentirse estar.
Añoraba aquella huella en que quedaba algo de ti en la forma de tu escribir, en los borrones que despertaban la disyuntiva abierta de qué palabra borraste, qué letra era ilegible para que decidieras recomenzar las palabras de nuevo.
Ayer escribí una carta.
Quizá por cierta morriña de cómo era todo antes de la inmediatez.
Por esa intriga entre dulce y nerviosa de cuándo llegaría, esa espera a leer después los ahora que fueron los momentos en que saber de alguien se hacía esperar.
No acompañé sello de lugar alguno.
Palabras sin nombre ni destino en un sobre sin dueño.
Un viaje solo de ida hacia nadie en concreto ni un lugar definido, sin vuelta porque no tendría a las manos de quien regresar.
Un poco como la vida: un papel que empieza en blanco dentro de un sobre sin destino.
Echaba de menos la tinta, las marcas de los dedos, el contar algo con pausa, en ese tiempo que parece la prehistoria de esta prisa por correr a contarnos nada.
El cartero no tendrá en manos de quien dejarla estando huérfana de nombre, ni me será devuelta porque una vez la dejé en el buzón dejo de ser mía.
Extrañaba también, ahora que lo pienso ese sonido leve y tímido que hacían las cartas al caer al fondo, que me enseñó que no solo las voces, sino también los ruidos, a veces susurran.
No llegará quizá a ninguna parte. No sé si acabará en añicos, trizas o cenizas, si se echará a volar como el émulo en el aire del mensaje en una botella echada al mar, y llegará a la orilla de alguna puerta.
Solo sé que escribí una carta y solo sé que no sé de todo el porqué.
Solo sé que miento.
Ayer no escribí ninguna carta pero echaba de menos hacerlo.
Esa forma de expresarse las palabras que no suelen asomarse a la boca.
Leer en forma presente palabras de días atrás, sin el sonido de la voz, donde todo lo que se escuchaba venía desde nosotros mismos. Y no era otra cosa que el ruido que hacía el efecto de las palabras al mover las cosas que llevamos dentro.
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