miércoles, julio 19

 

Acabas de irte.

Me quedo solo. Pero no es la simple soledad de que no haya nadie más.

Digamos que me quedo más solo que solo. Como si la soledad (no sé si repetir una palabra más veces la hace más descriptiva) tuviera grados.

Me quedo con esa sensación de que escribir todo esto no habría sido necesario si lo que las palabras, torpe y vagamente, intentan ahora, al menos explicar un poco, hubiera salido, hubiera abierto de par en par el telón de mi piel, la niebla de mi voz.

La rapidez con que a veces deseo poder haber dicho antes lo que escribo después.

Tiendo a  darme cuenta tarde de las cosas, quizá no demasiado, pero si lo suficiente, como para que hayan dejado de ser las cosas y sean solo su recuerdo, la conjetura de lo que pudo haber sido de no haber no podido ser.

Ahora que aún tu silueta es un dibujo nítido que se atenúa calle abajo, que el mundo, el Universo, el tiempo, se han reducido a la perspectiva de mi ventana, todavía es pronto para echarte de menos y tarde para decirte que vuelvas cuando ya pasó ese momento fugaz en que debí decirte no te vayas.

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 Los recuerdos son espejos  de las cosas  como eran