A veces tiene uno la noción de estar situado en medio de la vida sin entender nada.
Como si lo hubieran dejado a la deriva en medio de un planeta extraño. Sin instrucciones ni mapa.
Mira alrededor y percibe en los de siempre no solo todos los gestos y palabras familiares que los hace ser gente cercana, viejos conocidos, sino precisamente aquello que los hace extraños, seres con corazas y profundidades de los que uno se da cuenta que sabe más bien poco.
Transita por las calles cotidianas como por un lugar extraño, ajeno al inventario de cosas en su sitio, y no son las calles ni lugares, sino la sensación de percibir que no habías visto cuanto de extraño tiene todo lo normal.
Extraño, sí, que todo camine como un reloj preciso dando vueltas en círculo y no haya una pausa, un atisbo al menos de alarma, de inquietud, de secreta insurrección, con el que uno encuentre otra forma, una opción disyuntiva, con que pasar por la existencia.
Nacer, crecer, pasar, morir.
Es algo que sabes todos los días pero que sólo recuerdas algunos como hoy: que no hay más que esta vida y te preguntas si es la que habías imaginado.
Y no se trata de tener lo que no tienes, ni amoldarse a las reglas no escritas de propia realización, porque hay quien tiene todo eso y también busca un sentido, una búsqueda no saciada de algo más.
No es el trabajo, no es el dinero, no es el amor, no es la saciedad de comodidades convertidas en necesidades con que tapar carencias.
Es como salirse de la rueda y verla girar desde fuera, pero con uno dentro.
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