Dudo en cómo llamar a los instantes que parecen sin fin, a
la sensación pendular de felicidad que nos vuelve inmunes al plomo de la rutina,
al abrazo de los primeros amores, donde el tiempo se detiene... hasta que se
va. Desconozco el vocabulario certero y preciso con que describir la
sensación de que los segundos perezosos se disfracen de siglos, o que instantes
tan fugaces y pequeños que no cabe siquiera el tiempo, ronden para
siempre las periferias de la memoria, aquello que ahora parece no terminar
jamás y que con el filtro de un recuerdo futuro será una huella amenazada por
la crecida de un mar inmenso.
Lo rápido que llega un instante que no quieres que llegue,
parece bastar a veces para que las horas se precipiten y caigan sobre ti, y
cuando por fin llega el instante, entonces es un abismo a recorrer por los
segundos que avanzan como caracoles.
Luego está la dicha, los aromas de mujer, el calor de los
amigos, la sabiduría de un viaje, entonces el abismo es un puñado de arena que
cabe en tus manos pero se cae en lo que aprehendes.
¿Cómo llamar a las horas que parecen largas y plomizas pero
que igual se van?
¿Cómo a lo que se escurre entre los dedos como arena que
quisiéramos retener, lo que se va inevitablemente?
Dos paradojas hijas de Cronos: lo eternefímero y lo
efímeterno. La vida.
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