lunes, septiembre 8

Procastinar

Mañana es el día perfecto para que llegue lo que esperas, para que tus sueños sobrevivan al naufragio, para  que las ausencias se pueblen de un cuerpo tangible, mañana será el culmen de algo.
Pero mañana......siempre mañana. Siempre posponiendo la mirada, la llamada, el viaje, el arriesgarse a por lo menos desmentir si es mentira el destino. Mañana tal vez... .
Imaginas el abrazo que luego le darías al aire consumiendo el tiempo que te consume en cómo vivir con lo que te llega, en cómo ser transparente, cómo parecerte a todo lo que sientes, cómo plasmar tus latidos, tu biografía, en las pupilas.
Tiempo para darle al tiempo que en realidad te estás quitando, sin hacer nada, ese tiempo que al final se va sin dejar nada, llevándose cada segundo que no viviste. Tiempo vacío, vacío porque no se llena con nada, con nada que no sea recordar, que no sea un mero reflejo cotidiano, un caminar por tu vieja calle sin detener la mirada en el parque en que jugabas a que el tiempo no existía, y al percatarte, un día, ya no está. Ahora hay un café, una librería, una casa, apenas piedras.

Seguir, seguir como si nada rumbo al café de siempre, donde acaso con los años estará la entrada de otro parque, abrir el periódico y pensar -sólo pensar porque no puedes recordarlo-, la de noticias que habrás leído, la de años que habrás ejecutado esa misma acción: sentarte, decir café con leche, leer sobre el mundo desde la misma mesa, jactándote de conocer la explicación de todo. Pero no conoce el mar quien no lo cruza, quien se sienta a analizar la vida sin vivirla, sin naufragar y sin despegar, quieto como un reloj, un reloj que cuenta el tiempo, quieto por fuera, por dentro latiendo. Tic-tac.

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 Los recuerdos son espejos  de las cosas  como eran