Mañana es el día perfecto para que llegue lo que
esperas, para que tus sueños sobrevivan al naufragio, para que las
ausencias se pueblen de un cuerpo tangible, mañana será el culmen de algo.
Pero mañana......siempre mañana. Siempre posponiendo la
mirada, la llamada, el viaje, el arriesgarse a por lo menos desmentir si es
mentira el destino. Mañana tal vez... .
Imaginas el abrazo que luego le darías al aire consumiendo
el tiempo que te consume en cómo vivir con lo que te llega, en cómo ser
transparente, cómo parecerte a todo lo que sientes, cómo plasmar tus latidos,
tu biografía, en las pupilas.
Tiempo para darle al tiempo que en realidad te estás
quitando, sin hacer nada, ese tiempo que al final se va sin dejar nada,
llevándose cada segundo que no viviste. Tiempo vacío, vacío porque no se llena
con nada, con nada que no sea recordar, que no sea un mero reflejo cotidiano,
un caminar por tu vieja calle sin detener la mirada en el parque en que jugabas
a que el tiempo no existía, y al percatarte, un día, ya no está. Ahora hay un
café, una librería, una casa, apenas piedras.
Seguir, seguir como si nada rumbo al café de siempre, donde
acaso con los años estará la entrada de otro parque, abrir el periódico y
pensar -sólo pensar porque no puedes recordarlo-, la de noticias que habrás
leído, la de años que habrás ejecutado esa misma acción: sentarte, decir café
con leche, leer sobre el mundo desde la misma mesa, jactándote de conocer la
explicación de todo. Pero no conoce el mar quien no lo cruza, quien se sienta a
analizar la vida sin vivirla, sin naufragar y sin despegar, quieto como un
reloj, un reloj que cuenta el tiempo, quieto por fuera, por dentro latiendo.
Tic-tac.
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