Cada mañana el espejo te mostrará tus ojos mirándote a los ojos. La mayoría de esas mañanas pasarás tu mirada por alto, pensarás “otro día”, o ni siquiera pensarás. Llevarás a cabo el mecánico gesto de acariciar tu cara con el agua fría que corre como el tiempo, transparente, imparable, intentando borrar de tu despertar resquicios de toda pereza, como si se hubiera convertido en normal el hecho de estar por acá, como si el asombro y la curiosidad se hubieran diluido en el agua.
Cada mañana te levantarás contigo, cada día, deberás decirle a esos ojos que te miran “estoy ahí”, debes decirles “me quiero”, soy una esponja y un témpano, soy experiencia e ignorancia, hábito y perplejidad, soy imperfecto, pero tengo un hambre atroz por vivir, por comerme el mundo y dejar que me coma, por descubrir las infinitas incertidumbres que quizás depare la rutina.
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