A veces me siento, con la mente en blanco a escribir.
Las palabras están como dormidas, calladas, taciturnas, tímidas.
Los pensamientos en vaivén son más rápidos que ellas.
A veces me siento, bolígrafo en mano, papel en los ojos, a esperar que vengan, aunque sea un poco contradictorio esperar algo que no se ha ido, que está ahí pero que no se asoma.
Entonces, como hice otras veces, y como estrategia de la que no debo abusar, comienzo a escribir, por qué no, sobre estos instantes en que te sientas a escribir y las palabras están como ausentes, perplejas, perdidas, como queriendo que el escribir se te ocurra escribiendo, igual que el amor crece amando o que los sueñan se alimentan durmiendo y se persiguen despierto.
Cuando no vienen las palabras quizá, pienso, deba salir a su encuentro escribiendo, por ejemplo, sobre esos días en que las palabras no vienen.
Sabiendo que es posible asimilar que, de cuando en cuando, simplemente, no las hay.
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