A veces, simplemente, se cierran las persianas. Sin previo chirrido de bisagras que lo anuncie.
Por algún resquicio de luz adivinas lo que hay afuera. Ves las pancartas nuevas que anuncian viejos tópicos sobre amor propio y ajeno, sobre amigos, sobre el tiempo, sobre la vida como un tren.
Divisas los jardines que parecen a una distancia mucho mayor que el grosor de una ventana, tan claros y tan lejos, como las estrellas. Pero hoy el olor no llega adentro para poblar los rincones.
Y da igual que adornes tus muros y fachadas de vivos colores, de frases que no practicas.
De lemas de los que no eres profeta y que solo delatan el deseo de serlo, o al menos la expectativa de predicarlo aunque sea un poco, para ser el primero en creerlo.
A veces, simplemente, las cosas están ahí, y lo que se hace polvo son las manos al intentar asirlas.
Y quieres salir a ser parte de aquello que ves tras el cristal, y descubres que también la puerta está reticente a abrirse.
Y sabes lo que tienes que hacer resolviendo la ecuación cuya solución es despertarse… volar… correr… .
Y te percatas de que ahora son las fuerzas las que se han echado a dormir.
Porque sí. Porque a veces también ellas, necesitan descansar.
Y no está mal decirlo sin alarmas.
Sin miedo a que nadie gire la cabeza para no intuir aquello que alguna vez sintió ventanas adentro.
Que igual que hay días que las soluciones arrojan luz antes de pensarlas, hay otros en que las nubes pesan, en que las palabras son torpes al bailar porque no encuentran música.
Hay días en que la propia biografía parece la novela que escribió un extraño, en que hay un hilo que corta el aire que articula las palabras.
Y no pasa nada.
No pasa nada por permitirte treguas, por despojarte un tanto de la obligación del mensaje preciso, de la palabra correcta, de la expresión con que le buscas un diccionario a lo inefable.
No pasa nada por no entender a veces las cosas, o por no conseguir encontrarles el lenguaje con que describirlas, con que amortiguarlas, con que darles voz.
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