Cada día que pasa quizá tiendo más a fingirme menos.
No puedo negar que a veces, como a todos, se me escapa una postura, un saber estar aunque no esté del todo.Y quizá mi silencio, aunque a veces se deba a un letargo de las palabras, es más propenso a la aceptación de que no tengo nada que decir en ese momento.
Y quizá mis respuestas se parezcan más a lo que pienso aunque, de corazón, desearía pensar distinto.
A veces maquillo la distancia como paso del tiempo y me complico al distraerse la idea de que es simple y llanamente distancia.
A veces mis palabras corren más que yo y al alcanzarlas descubro que se parecen más a lo que pienso que a lo que, a mi pesar, querría pensar.
Quizá comienzo a aprender a descoser los disfraces, a descorrer los telones entre adentro y afuera.
No hay más.
A veces no hay más.
No hay misterio en los silencios ni entrelíneas en las palabras.
Quizá lo que transmito no tiene un más allá.
Algo no me conmueve y no me muestro conmovido.
Algo no me trae de mis ensueños porque la voz no me convence más que los ensueños.
A veces la alegría se nota porque no hay más que alegría.
A veces la apatía se delata en mi gesto, porque simplemente no hay ánimo, aunque no siempre, pero sí más a veces que antes.
A veces no basta el recuerdo en común si solo hago yo por saber de ti.
Y me cansa.
Pero no me derrota.
Aprendo a prescindir de lo que no está presente.
A mirar de cerca la certeza de lo que se aleja.
De que no echo de menos lo que no siento echar de menos, diluyendo mitos y pedestales de lo que me repetí como imprescindible.
A veces me sorprende la facilidad para vivir con cuánto me da igual lo que creía fundamental, y la nostalgia otrora sobreestimada de cosas sin las que antes creía que me costaría más vivir.
Mi religión es el recuerdo, y ahí guardo los altares de las caras que volví sagradas.
Quizá no estoy espeso, es que no tengo más que decir.
Quizá me alegra verte, y mis palabras son sinceras, pero, de lo contrario, no pasa nada.
Hay que regar este ahora para tener recuerdos que revolver mañana.
Porque los de siempre ya no conmueven los resquicios ni las ascuas que quedan prenden llamas.
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