COMO BENJAMIN BUTTOM
En lugar de aprender a relativizar la importancia de los granos de arena, nos volvemos fabricantes cada vez más minuciosos de montañas.
Cada vez repetimos más frases como mantras que practicábamos más cuando las ignorábamos, que ahora que somos supuestamente más sabios.
Y aprendemos en sentido directamente proporcional al paso del tiempo las conclusiones de la experiencia, viviendo en el día a día en el sentido totalmente opuesto.
Cada vez con más ceguera en el asombro, cada vez con menos espacio entregado al tiempo de las cosas importantes, con más peso en las ideas cuando supuestamente los años debieron enseñarnos que está cada vez más claro que son algo volátil, etéreo, algo absorbido y moldeado que asumimos como propio.
Con los oídos cada vez más desatentos.
Y la voz con cada vez menos tacto.
La vida nunca es mala maestra, pero nosotros, a veces, somos malos alumnos, que aprenden en función de lo que necesitan creer, de lo que creen saber.
Cada vez más conscientes de que la vida son instantes y cada vez dejando pasar los instantes con menos consciencia del paso, con más certeza del peso, cada vez más tópico el eco del valor de las pequeñas cosas y cada vez más expertos en rabiar con aquello que sabemos ( o quizás solo lo escuchamos y lo repetimos) que no podremos pasar por la aduana del último silencio y sin embargo nos empeñamos en cargarnos en la espalda el equipaje de lo tangible.
Quizá necesitamos saturados los espacios que ocupa lo superfluo para tapar el vacío entre momento y momento en que abrazamos lo que realmente nos llena, nos hace humanos, amigos, seres que viven más allá de existir.
Corremos.
Y mientras corremos como si no hubiese un mañana, como si incluso fuéramos más rápidos que las propias prisas que nos tiran de los pasos, nos repetimos eso de que las cosas con calma. de que todo es ahora.
Mientras creces, el ayer crece contigo.
Fenómenos únicos que no se repetirán nunca en el mismo aspecto y bajo la misma piel.
Eso somos.
Fracciones de tiempo.
Presencias transitorias del espacio.
Viviendo casi siempre al revés.
Cada vez con más manías y prejuicios. Cada vez más propensos a estallar con un suspiro, con una contradicción de nuestras convicciones.
Cada vez más cansados y menos dispuestos a salir a buscar, a agarrar de la mano, a todo aquello que decimos que el tiempo nos quita.
La capacidad de asombro.
Los ojos limpios.
La destreza para encontrar oro en las mal llamadas pequeñas cosas, que son las que hacen que a veces la vida es enorme.
Para mirarlas con una lente que no sea tan tardía como la lupa con que las observamos cuando solo son ya recuerdos.
Y engañar de cuando en cuando, el sentido en que camina el reloj.
Y al final, en lugar de pensar que lo entendemos todo, la conclusión debiera ser no entender las cosas, despreocupados precisamente porque no necesitamos saber nada de ellas.
Así vivirlas más, porque parecieran nuevas, sin el peso de la interpretación, destiladas de las conclusiones de la experiencia previa.
Y la voz con cada vez menos tacto.
La vida nunca es mala maestra, pero nosotros, a veces, somos malos alumnos, que aprenden en función de lo que necesitan creer, de lo que creen saber.
Cada vez más conscientes de que la vida son instantes y cada vez dejando pasar los instantes con menos consciencia del paso, con más certeza del peso, cada vez más tópico el eco del valor de las pequeñas cosas y cada vez más expertos en rabiar con aquello que sabemos ( o quizás solo lo escuchamos y lo repetimos) que no podremos pasar por la aduana del último silencio y sin embargo nos empeñamos en cargarnos en la espalda el equipaje de lo tangible.
Quizá necesitamos saturados los espacios que ocupa lo superfluo para tapar el vacío entre momento y momento en que abrazamos lo que realmente nos llena, nos hace humanos, amigos, seres que viven más allá de existir.
Corremos.
Y mientras corremos como si no hubiese un mañana, como si incluso fuéramos más rápidos que las propias prisas que nos tiran de los pasos, nos repetimos eso de que las cosas con calma. de que todo es ahora.
Mientras creces, el ayer crece contigo.
Fenómenos únicos que no se repetirán nunca en el mismo aspecto y bajo la misma piel.
Eso somos.
Fracciones de tiempo.
Presencias transitorias del espacio.
Viviendo casi siempre al revés.
Cada vez con más manías y prejuicios. Cada vez más propensos a estallar con un suspiro, con una contradicción de nuestras convicciones.
Cada vez más cansados y menos dispuestos a salir a buscar, a agarrar de la mano, a todo aquello que decimos que el tiempo nos quita.
La capacidad de asombro.
Los ojos limpios.
La destreza para encontrar oro en las mal llamadas pequeñas cosas, que son las que hacen que a veces la vida es enorme.
Para mirarlas con una lente que no sea tan tardía como la lupa con que las observamos cuando solo son ya recuerdos.
Y engañar de cuando en cuando, el sentido en que camina el reloj.
Y al final, en lugar de pensar que lo entendemos todo, la conclusión debiera ser no entender las cosas, despreocupados precisamente porque no necesitamos saber nada de ellas.
Así vivirlas más, porque parecieran nuevas, sin el peso de la interpretación, destiladas de las conclusiones de la experiencia previa.
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