lunes, diciembre 19



“ No sabemos qué nos pasa. Precisamente eso es lo que nos pasa”. A veces no necesitas otras palabras porque la frase que lo explica ya se inventó.

Así que ya lo dijo Ortega y Gasset.

Sucede que hay momentos en que no encuentras las palabras, o bien todas las posibles resultan insuficientes.

Te notas lo que se dice raro.

Y no es apatía, pero tampoco tristeza.

Y no es anhedonia, pero tampoco desgana.

No sabes si estás en pausa o en tránsito,

no sabes si estás en suspenso o ausente.

Saber algo nunca implicó necesariamente saber explicar ese algo.

Ni conseguir explicarlo implica que se esfume.

Rehuyes del tópico como consejo socorrido del lugar común.

Prefieres no hablar si la boca que pregunta no acostumbra a acompañarse de un oído paciente.

Prefieres contar hasta veinte, hasta cien, hasta mil, para que tu voz no arrastre aspereza.

Te sacuden la paciencia cosas que antes no conseguían ni hacerte cosquillas.

Te das cuenta, y ese es el primer paso, la primera oportunidad para respirar más despacio, para echarle un jarro de agua fría al humor que anda como somnoliento, a ver si empieza a abrir los ojos y la boca porque anhelas ver las cosas desde su perspectiva.

Porque piensas que si todos gritáramos cada vez que llevamos un erizo abierto en el adentro (como tantos hacen), que si todos disparásemos a discreción todos nuestros demonios porque tenemos un mal día, entonces tendríamos que admitir que el otro lo hiciera, y daríamos la razón por todas las veces en que no lo creímos justo.

Entonces haces funambulismo entre el tacto y la transparencia, entre la certeza y el impulso.

Pasa algo y dices no pasa nada, porque en realidad es como un cúmulo de todo para el que no hay diccionario.

Ni en el júbilo ni en el duelo las palabras llegan a ser más que la punta visible de aquello que nombran.

Ni en el amor alcanzan el amor.

Ni en la tristeza diluyen la tristeza.

Ni en el poema desvanecen las inquietudes del poeta.

Aunque consigan ser espejo, son el reflejo pero no quien se refleja.

Como ahora.

Como tantas veces en que precisamente lo que a uno le pasa es que no sabe lo que le pasa.

Y dices nada, y hay algo pero no sabrías cómo empezar, ni dónde acabaría, a tejer las palabras con que dar voz a ese cúmulo de todo.

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 Los recuerdos son espejos  de las cosas  como eran