lunes, diciembre 26

 El lugar, el paisaje, lo que piensas en este instante…

Y tal vez no es lo que piensas, sino algo que leíste y que sonaba bien.

La cuestión no es tanto compartirlo como que ya no sabes vivir sin hacerlo, sin decirle al mundo dónde estás, qué haces.

La mayor contradicción del hábito, lo más sutil, es que se vuelve tan automático que la gran mayoría de las veces no lo piensas como un hábito,  casi como una adicción.

Cuando disfrutas de verdad lo cuentas después, porque estás, solo o con alguien, nutriéndote del instante, alimentando la cabeza, el corazón y los sentidos.

Cuando disfrutas de verdad se para el tiempo, olvidas el mundo, el teléfono, la imperiosa necesidad de contar a cada instante que disfrutas más que nadie, porque a veces, quizá, no hay más que el deseo inconsciente de creerlo uno mismo.

Los viejos tópicos existenciales de la necesidad de aprobación, de buscar palabras que formen frases que repitan lo que queremos creer y que tantas veces son lo contrario a lo que realmente sentimos.

Cuando nos sentimos frágiles respondemos, sin pregunta previa, lo fuertes que somos.

Cuando necesitamos a alguien, decimos lo bien que nos bastamos solos.

Una, diez, mil veces.

El problema no eres tú. El problema no soy yo. El problema es que todos, corremos a mostrarnos.

El problema es la de horas perdidas, hipnotizados, absortos, sedados, por tantos minutos de gloria.

¿No echas de menos a veces, quedarte a solas con el momento, con el paisaje, con lo que piensas?

¿No echas de menos que dé igual el mundo, que parezca detenerse y que todo sea por un instante solo y no más que el instante?


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 Los recuerdos son espejos  de las cosas  como eran