Te sientas a escribir, enfrentas el papel, y asumes que el vacío ha conquistado la distancia que separa tus adentros y el lenguaje.
Las palabras, como brújulas locas, zozobran perdidas tentando una orilla a la que parecerse.
Y cualquier punto que rozan, bosqueja un mapa desconocido, una gramática ajena, una foto que al revelarse muestra el paisaje de un lugar que no es el que intentas describir.
A veces pasa.
Que una membrana invisible atora las salidas por las que pensar y sentir salen al mundo hechas palabras.
Y sabes el qué pero extravías el cómo.
Que parece tu piel un espeso telón que no puede abrirse para dejar a la vista aquello invisible y que es más real que el teatro en que nuestro papel es el guión de cómo asumimos lo que hace de nosotros esta mezcla de tragedia, comedia y ficción.
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